Somos parte de un todo, aunque a veces nos miremos al espejo y veamos solo fragmentos. Fragmentos de la mujer que antes fui, pedazos de amores que se cuelan en recuerdos, gestos y actitudes que son parte de una memoria que alguna vez estuvo allí. Aun siendo fragmentos estamos todos unidos, somos parte y es imposible no sentir el dolor ajeno, la humedad de la lágrima que baja por una cara que tantas veces hemos besado, o no sentir que el corazón va a explotar ante el desesperado grito de la Tierra que se nos va de las manos. La traición, la injusticia, la mentira. La mano que pide, la mirada que no ve. Los poemas aquí contenidos son una respuesta a lo que a mí en gran manera me afecta, un extracto de cómo me siento cuando le doy la cara a este mundo al que apenas logramos sobrevivir sin poderlo entender. El maltrato a la mujer, el abuso infantil, el mal gobierno, el amor que quema, el amor que mal paga, los vientos huracanados, el suicidio. La gota salada en la punta de mi nariz. El bálsamo del Arte. El fuego. Puertorriqueña, caribeña, así es la musa de la escritora Juanita Cruz. Su musa llega a través de las situaciones que vive su pueblo día a día. El Huracán María del 2017, los sismos que llegaron sin avisar un enero de Reyes, sismos que aún continúan y toda la situación del día a día con un gobierno que nos aplasta, el Covid-19. Juanita, muestra en estos poemas lo que le dictaron sus musas urgentes. Y en este decir, desde el alma, la autora, nos hechiza y nos empuja a abrir una ventana, que nos permite ver la esencia perseverante y valiente de su ser; y nos inspira a que redescubramos la raíz esencial que forma nuestra humanidad: la solidaridad, la empatía, la esperanza, la militancia, la lucha; la entrega, a defender a nuestras hermanas y hermanos; y es en este caso las cuitas de la poeta, son las que iluminan el sendero. Ellas, en su luz, nos susurran a crear nuestras flechas de palabras, nuestros derroteros de creación. Se plasma entonces la inexorabilidad de asumir el compromiso con nuestra nación, con la humanidad. Mientras se va leyendo la sublime lírica aquí ofrendada, se van fraguando imágenes de vivencias, de cotidianidades, de iras vividas y sentidas, como las sintió, como las vivió la autora; como las sentimos, nosotros. Hay una cotidianidad maravillosa, edificadora e inspiradora en estas páginas; que nos convoca, que nos transporta: a soñar, a añorar, a convocar; una sonrisa que se ama o se amó; que se espera o se esperó; que se inspiró o nos inspiró; un beso que recordamos o que entregaremos con ternura nueva; una desesperación que quema o el abrazo de un llanto sanador, que lave las quimeras añejas; un cantar de luz, o un sueño vital o una desesperanza que hilara los versos que nos acunarán; en fin es esta pasión dulce y luminosa plasmada en esta entrega hermosa, la luz en declamación que aquí se entrega, nos recuerda, que hay que vivir, pero vivir esta vida, que vivirla es hacer la vida porque somos parte de un todo.